Don José Serapio Sosa, “el Padre del Pueblo” nació en Exaltación de la Cruz el 13 de noviembre de 1809, hijo de Don Francisco de Sosa y de Doña Paula de Atar. Fueron sus padrinos “que lo tuvieron en brazos” Don Pedro Nolasco Montenegro y Doña Mercedes Brií¡n. Consta en los archivos parroquiales la fe de bautismo, firmada por el Presbítero Casimiro José de la Fuente, que acredite lo antedicho.
Vino al mundo de su pueblo envuelto en los oropeles de aristocracia selecta y selectiva, que él supo armonizar a través de los años, especialmente en los períodos que le cupo el honor de regir los destinos políticos y judiciales de Exaltación de la Cruz.
En 1827 forma un hogar cristiano con Doña Petronila Bustos, dama perteneciente a una antigua y acreditada familia del partido. En él, nacen Petronila S. de Atkins, Fortunata S. de Inurriaga, Luisa S. de Wagner, Fausto, Francisco, Constantino, Julií¡n, Venancio y José Anastacio Sosa y Bustos.
Cuando se dicta la Ley Orgí¡nica de Municipalidades, y se constituye el primer gobierno municipal de este pueblo, el 27 de enero de 1856, su primer figura en la lista de vecinos que tuvieron el honor de constituirla.
Ocupó la Jefatura del Juzgado de Paz y Comisaría de la Exaltación de la Cruz desde 1862 hasta 1869; reapareciendo nuevamente en el panorama político como presidente de la Corporación Municipal en 1883 y 1884.
Durante el primero de los períodos, cuando su figura inspira el respeto de la población y se lo considera como un verdadero patriarca, con su peculio personal, inicia las obras de construcción del templo parroquial, con la anuencia, auspicio y beneplí¡cito de las autoridades nacionales, según consta en un documento que lleva la firma del Dr. Valentín Alsina, Ministro de Gobierno.
El 5 de mayo de 1865 tiene la satisfacción de verlo inaugurado por el propio Gobernador de la Provincia y gran amigo suyo, Don Mariano Saavedra, ligado a nuestra población por su padre, el Brigadier General Don Cornelio de Saavedra, vecino del partido.
Para entonces, ya cuenta a su lado con dos figuras de relevante prestigio en la labor municipal, Don Manuel Cruz y Don Carlos Lemeé, Secretario Municipal de Instrucción Pública y Culto, uno y otro.
Unidos los tres en el ejército de la labor municipal se abocaron a la solución de los mí¡s variados problemas y necesidades del municipio. Parte ejecutiva de la obra, Don José S. Sosa, con la palabra acertada de hombre de principios, la sanción definitiva.
Con fondos municipales se levantan edificios escolares, se fomenta la higiene y se toman las medidas que aconsejan las autoridades sanitarias ante las terribles epidemias de 1867 y 1871, y hasta se llega a crear un Lazareto Público.
Esclarecido espíritu, solía concurrir a la estancia de Don Cayetano Cordón, donde vivía Lemeé, donde corría el mate especialmente cebado para él y para Don Ventura Lynch, el folklorista y etnógrafo de las pampas argentinas.
Allí también solían reunirse los municipales para escuchar la palabra del Dr. Manuel Gonnet, Ministro de la Provincia de Buenos Aires, allegado por los vínculos familiares al afamado ganadero francés.
También la estancia de Don José Serapio Sosa, y su casa en el pueblo (actual domicilio del Dr. Ronconi) construyeron por largo tiempo el centro de atención de las reuniones sociales y culturales de aquella época.
Don José Serapio Sosa, hombre probo en su costumbre rodeado de su pueblo, murió casi en la miseria, “de consución” reza el acta de defunción que testimonian Don Manuel Bacaris y Don Alejandro Bideguin, el 18 de agosto de 1897.
Dijo entonces “La Nación” de Buenos Aires: Sensible Fallecimiento.- “Hoy falleció a la edad de 89 años el antiguo y responsable vecino D. José Serapio Sosa, al cual este pueblo debe importantes obras de progreso. Con sus bienes garantizó la construcción de la iglesia local, obtuvo por la influencia que tenía con nuestros primeros hombres públicos, la construcción de los edificios escolares y municipales inaugurados por el Gobernador D. Mariano Saavedra. Era miembro conspícuo de la Unión Cívica Nacional. Su muerte ha sido generalmente sentida”.
Sus funerales fueron imponentes, el pueblo en masa acompañó sus restos al cementerio; asistieron las escuelas del distrito, incluso las rurales, creadas durante su gestión municipal; dictó honras fúnebres la Sociedad de Beneficencia, a quien donara los terrenos donde hoy se levanta el Hospital “San Jos锝, en su memoria puesto bajo la advocación de ese patriarca. Y se lo acompañó con la pompa religiosa que correspondía a quien había ocupado en la antiquísima Hermandad de Animas y del Señor Crucificado, los cargos de Hermano Mayor y Primer Conciliario.
Una calle del eje urbano recuerda su nombre.